La justicia, de Dios, y la justicia, mundana.
Cuando, cualquier persona, termina, de sufrir, en el mundo, una cierta, cantidad, de mal (cuya magnitud, puede ser, igual, o inferior, a los sufrimientos, de Cristo), entonces, esa persona, completamente viva, es liberada, del mal, por el poder de Dios, y por tanto, esa persona, completamente viva, pone, un punto final, definitivo, a su vida sufrida, y por tanto, si esa persona, así, lo desea, libremente, puede conciliar, un sueño, plenamente feliz, y su cuerpo, por tanto, desaparecer, del planeta tierra, sin dejar rastro.
Aunque, la justicia, del mundo, haya condenado, a esa persona, a cualquier tipo, de condena.
Javier Rubio Ortín
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