Creemos, a los hombres, y a las mujeres, a nuestra imagen, y semejanza.
Eso se dijeron, entre sí, los cosmonautas de Dios, o Hijos de Dios, completamente asexuados, viajeros, libres, eternos, inmortales, por todo el cosmos, y con su única casa permanente, en Dios-Padre.
Y dicho, y hecho.
Pues, cada persona, asexuada, cosmonauta de Dios, se durmió, en el sueño eterno, del reino de los cielos, y se despertó, de nuevo, a la vigilia cósmica, transmutado, bien sea, en un hombre, bien sea, en una mujer.
Y los cosmonautas de Dios, asexuados, se dijeron, entre sí: Hemos, hecho, una buenísima obra, al dejar de ser, asexuados, y transmutarnos, en hombres, y mujeres.
Y absolutamente, todas las personas, ya sea, asexuadas, ya sea, hombres, ya sea, mujeres, compartían, una misma dignidad, común, pues, ninguna persona, conocía todavía, el mal, porque, ninguna persona, había aterrizado, todavía, en el interior tenebroso, de un planeta del cosmos, como, el planeta tierra.
Javier Rubio Ortín
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