Una vida humana, sin cadáveres.

Una vida humana, sin cadáveres.

 

 

 

 

Eso es, lo que esperan, todos los cristianos, como premio final, a sus vidas sufridas, de parte, de Dios.

Eso es, lo que esperaban, s. Pablo, s. Pedro, y todos los que fueron, verdaderos discípulos, de Jesucristo, hace dos mil años.

Una vida humana, que, en lugar de convertirse, finalmente, en cadáveres, se convierte, finalmente, en un diamante, de  simetría perfecta, o cuerpo de Dios, invisible, a los ojos humanos.

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